sábado, 11 de mayo de 2013

VIAJE NOVIEMBRE DE 2011 PARTE FINAL

          Durante esta semana tenía especial interés en visitar Ávila para ver su impresionante muralla y disfrutar de según dicen uno de los mejores chuletones de España. En esta ocasión disfrutaría de la compañía de Elena aprovechando su día libre, ya que Chus había regresado a Gran Canaria para cumplir con sus obligaciones laborales.
          Quería una ruta libre de largas y aburridas autopistas, con lo que ya había trazado lo que para mí sería la mejor ruta posible. Debía ir a recoger a Elena a Guadalajara y de allí rumbo a Ávila. Una vez allí tuvimos que esperar más de lo previsto, lo que hizo plantearme un cambio de ruta, ya que de no ser así la ruta se alargaría mucho más allá de la puesta de sol.
          Teniendo en cuenta que Elena llevaba muy poco tiempo viviendo allí y que el único motero a mano que tenía en ese momento era Quique decido llamarle para pedirle sugerencias teniendo en cuenta donde estaba. Él se encontraba en Vigo por razones de trabajo y me dijo: "No te puedes perder un pueblo que se llama  Valverde de los Arroyos, luego vas dirección a Majaelrayo y una vez allí ya tienes libre elección para ir por el Parque Natural Hayedo de Tejera Negra".
          Me quedaría sin mi tan ansiado chuletón, pero el cambio de planes de última hora bien mereció la pena. Dispuse la ruta en el GPS del móvil, nos preparamos y salimos a ruta en torno a las once y media de la mañana. Hacía un día agradable, más típico de principios del otoño que mediados de noviembre. Nublado pero sin amenaza de lluvia, ideal para salir de ruta en moto.
          Nuestra primera parada sería Valverde de los Arroyos y al llegar comprendimos el acierto de haber hecho el cambio de planes.

         
          Un pueblo de piedra oscura y tejados de pizarra negra que resaltaba poderosamente con el fondo verde de la vegetación. La única manera de poder disfrutar de aquella postal es tener la intención de ir al pueblo y donde los nuevos viajeros no tendrían la posibilidad de conocer guiados por sus GPS, ya que la carretera terminaba en ese punto. Era la hora del aperitivo y teniendo en cuenta que desconocíamos la ruta paramos en el único restaurante abierto del pueblo. Estaba regentado por un sudamericano que llevaba varios años en el pueblo. Entablamos conversación, ya que en ese momento eramos los únicos clientes, y nos recomendó visitar las cascadas que habían a unos pocos cientos de metros caminando, pero pese a lo tentador de la invitación decidimos no ir a verlas por falta de tiempo (seguro que volveré a visitarlas en otra ocasión). Servían menús del día, pero nos decantamos por unos bocadillos, recién hechos y con pan de pueblo, ¡¡¡nada que ver con los panes que suelo comprar!!!.
          Una vez habíamos dado buena cuenta de los bocadillos pusimos rumbo a Majaelrayo, un pueblo de pizarra aun más negra si cabe, tan apartado de las grandes ciudades que pese al momento de crisis vivida en el país aun trabajaban en nuevas construcciones. Tan vacío de gentes como encantador.
          Tomamos un desvio a la derecha por una carretera bastante solitaria, a medida que devorábamos los kilómetros la carretera se tornaba en una de alta montaña, sin más compañía que un rebaño de toros que se agolpaban a ambos lados de la carretera. Debido a lo delicado de la situación le digo a Elena "no se te ocurra ni mirarlos", no vaya a ser que les dé por desafiar en duelo a mi compañera de aventuras. El momento de mayor tensión fue justo cuando llegamos a la altura del rebaño, donde uno de ellos asustado por el ruido echó a correr y se cruzó  por delante de nuestras narices.
          Continuamos disfrutando de la ruta y del marco incomparable que nos brindaba la carretera que habíamos escogido, la cual discurría entre el Parque Natural Hayedo de Tejera Negra y el Macizo del Pico del Lobo-Cebollera en la comunidad de Castilla La Mancha.
          Comenzábamos a descender por una carretera que seguía el perfil del embalse de Ríofrío haciéndonos llegar a Riaza, donde aprovechando que debíamos repostar nos tomamos un café con leche para calentarnos. Nos quedaba poco tiempo de luz solar y debía dejar a Elena en Guadalajara nuevamente, con lo que decidimos que volveríamos por la autopista para no alargar en exceso la ruta. Luego el regreso a Madrid lo haría completamente inmerso en el manto de la noche.
          El barco de regreso salía en sábado día 19 de noviembre a la una de la tarde y dado que no me daría tiempo de salir de Madrid ese mismo día, tenía reserva en un hotel en plena ciudad de Huelva para pasar la noche del viernes al sábado. Llamé para poner en aviso al recepcionista de que llegaría en torno a las 5 de la tarde, el cual me comenta que no es inconveniente alguno.
          Llegado el día dispongo todo lo necesario y salgo rumbo a Huelva en torno a las 9 de la mañana para así evitar el atasco rutinario tan característico de la capital. Como en la ocasión anterior decido utilizar el Camino de la Plata para evitar en la medida de lo posible las legiones de camiones rumbo al sur de la península. Ya en ruta y después de varias horas empiezan los inconvenientes, tan acostumbrado a ellos que no me sorprendo. Debo parar en una area de servicio porque el soporte del GPS se había roto, decido quitarlo y poner el móvil en la bolsa de depósito, que tiene un alojamiento para los mapas. La desventaja de tenerlo puesto en ese lugar es que cada vez que quería ver alguna de las indicaciones debía soltar una de las manos del manillar y ponerla a modo de sombrilla, ya que el sol me impedía ver con claridad la pantalla. Paro en Mérida para descansar ya que había hecho más de la mitad del recorrido. Ya casi en Huelva hace acto de presencia la lluvia y escasos kilómetros de mi destino, gracias a un cartel anunciador, caigo en la cuenta que se encuentra el río Tinto, lugar del que había visto muchas instantáneas y que siempre me ha llamado la atención por los contrastes de colores y lo curioso del lugar, pero sin tiempo material para poder hacer un alto prosigo mi camino.
          Aparco la moto en la acera frente a la entrada del hotel y desmonto todo mi equipaje, que se compone de mochila sobre depósito y mochila atada en el asiento destinado al acompañante. Lejos de significar el fin de mi aventura entro y lo primero que me dice el recepcionista es que no tiene constancia de mi llamada y que gracias a que el hotel no está lleno tengo suerte y me pueden dar una habitación. Pienso "esto es una broma pero bueno al menos tan solo queda en eso", cuando ya tengo todo en regla le pregunto por el aparcamiento para dejar a mi compañera y me dice "que está completo", ¿ni tan siquiera un recoveco? que tan solo es una moto, a lo que persiste en su respuesta. Mi cara debía de ser un fiel reflejo de mi enfado porque el hombre me comenta que si quiero la puedo dejar en un parking que hay tan solo a un par de manzanas, al menos tuvo la deferencia de guardar mis pertenencia mientras yo buscaba el aparcamiento (que majo el recepcionista...). Conclusión: reservo un hotel con aparcamiento, y me toca pagar 13 euros de aparcamiento. Tal es mi enfado que no merece ni la pena nombrar el hotel en esta lineas, pese a estar bastante bien.

          Así terminó mi casco después de trayecto. Cuando ya había descansado lo suficiente salí en busca de un supermercado para comprar mi cena, tanto que casi no me acabo todo lo que compré (que malo es comprar teniendo ganas de comer). 
          Al día siguiente continuaba lloviendo pero solo estaba a unos escasos 20 minutos del embarcadero, y una vez más se volvía a repetir la misma rutina. Recoger mis pertenencias, esperar a que ataran a mi compañera en la bodega del barco y esperar las 28 horas del trayecto antes de volver a encontarme con mi cotidianidad.
          En esta ocasión el viaje se saldó con algo menos de 3.000 km pero igual o más intensos que en la ocasión anterior. Me llevo un puñado de anécdotas y experiencias que a buen seguro me servirán como enseñanza para el gran viaje que estoy preparando.

 


                

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