miércoles, 17 de abril de 2013

VIAJE NOVIEMBRE DE 2011 1ª PARTE



         Llegaba la segunda oportunidad de disfrutar de las carreteras ibéricas, con la experiencia de aquellos que aprenden las cosas a base de situaciones desfavorables. Al igual que el año anterior el motivo del viaje era para ver el último Gran Premio del mundial de velocidad de motociclismo que se celebraba en el circuito Ricardo Tormo en Cheste y luego la quedada nacional del foro Kawa.es. Para la oportunidad se sumaba un nuevo componente a la expedición, Maite la reciente pareja de Quique. En esta ocasión tenía claro que no debía apurar tanto con la gasolina entre repostajes y que la ropa térmica debía ser además cortaviento, dado que el año anterior estaba muy bien abrigado mientras estaba parado pero en cuanto me subía a lomos de mi compañera se me congelaban hasta los pensamientos.
            Aprovechando la reciente apertura de una nueva línea marítima con destino a Huelva y prometiendo una duración por recorrido de 28 horas, frente a las 43 de la otra ruta, era motivo más que suficiente para decantarme por ella.
            Debido al reciente fallecimiento del piloto de moto GP Marco Simoncelli, más conocido como “Pippo” o “Supersic” encargué a un compañero en la isla que se dedica a los vinilos el número que llevaba en su carenado, que no era otro que el 58 y el 48 de Shoya Tomizawa para vestir a mi compañera de rutas a modo de homenaje.
            El día señalado para la partida era el 03 de noviembre de 2011. Debía estar en el embarcadero para partir a las 6 de la mañana con lo que tocaba dejarlo todo preparado la noche anterior. A la mañana siguiente me preparo con la nueva ropa térmica, el traje de romano, me despido de Chus y pongo rumbo al embarcadero.
            Al contrario que en 2010 esta vez sí que hay varios moteros esperando para entrar a la bodega del barco. Después de las presentaciones resultó ser que el único que iba a las carreras era yo. Siguiendo la rutina, una vez en la bodega del barco espero a que mi compañera esté bien sujeta.
            Dado que tan solo pasaría una noche en el barco elijo la acomodación de butaca VIP. Teniendo en cuenta que soy como un caracol, con la casa a cuestas, sería todo un acierto, dado que las butacas se encuentran en una sala a la que solo se puede acceder mediante una tarjeta magnética, como en los hoteles. Entre las comodidades tenemos: baño, ducha, televisión, asientos de cuero reclinables electrónicamente, agua, zumo, cafés al gusto y unas estanterías bastante amplias que me vienen como anillo al dedo. Ya que no tengo la posibilidad de dejar mis pertenencias a buen recaudo en el interior de un coche.
            Emprendemos el viaje  y empiezan los contratiempos, el barco en lugar de tardar 28 horas como han prometido con suerte tardará 34. Con lo que en lugar de llegar a Huelva sobre las 12 del mediodía llegaré a las 6 de la tarde, aunque finalmente atracamos en Huelva a las 8 de la noche.
            Debido a que el barco llegaba el viernes, saldría dirección a Cheste, con lo que el retraso de 8 horas sobre el horario previsto supondría un gran inconveniente ¡¡pero, qué demonios!! Es mi aventura y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario.
            A diferencia del barco de la otra compañía en este tenía opciones para distraerme durante la travesía. Películas, emisión de televisión por satélite, piscina e incluso un equipo de animación.
            Después de las despedidas y dado que la previsión del tiempo era de lluvia me enfundé todo lo necesario para la ruta además del traje de agua. Para evitar que el frío calara hasta los dedos de la mano hice uso de un truco que había leído semanas atrás, ponerme unos guantes de látex debajo de los de gore-tex. Truco que hacía su función pero que durante el recorrido me produjo otro inconveniente aun mayor si cabe, al quitarme el guante de gore-tex para repostar, el forro interior de los guantes se salía de su sitio. No había forma humana de que el forro recuperara su ubicación habitual y el último tramo de ruta lo hice con el dedo meñique de la mano derecha prácticamente replegado sobre sí mismo. Lo que me produjo un intenso dolor después de varias horas en la misma posición.
            Durante el primer tramo de la ruta apenas llovió, lo que me hizo pensar que sería una travesía agradable pese a transcurrir de noche en su totalidad. Nada más lejos de la realidad, en torno a las 3 de la madrugada ya en la carretera A-43 y siguiendo la doctrina adquirida del viaje anterior con respecto a la gasolina, me dispongo a buscar gasolinera para el siguiente repostaje. Después de una decena de kilómetros encuentro una gasolinera pero con tan mala suerte que se encuentra cerrada, con lo que prosigo con la búsqueda. Mientras tanto ya he reducido la velocidad para evitar un consumo elevado y quizás innecesario. Encuentro en el camino una segunda gasolinera ya con la reserva iniciada con lo que respiro profundamente, pero lejos de ser un alivio resulta estar en las mismas condiciones que la anterior. Sé que con la reserva yendo muy tranquilo puedo estirarla hasta recorrer 50 kilómetros. La sombra de la experiencia vivida en el peaje de Sevilla-Cádiz el año anterior ronda mi cabeza. Cruzo los dedos y hasta el alma para encontrar al fin una gasolinera que estuviera abierta. Cuando llevaba recorridos unos 45 kilómetros de la reserva a un ritmo de 80 km/h y pegado al depósito, cual garrapata buscando su dosis diaria de rico néctar sanguíneo, encuentro una tercera gasolinera. Para mi sorpresa y desesperación también estaba cerrada. Llevaba unos 90 kilómetros buscando donde saciar la sed de mi fiel consorte, pese a que la lluvia ya se había convertido en una acompañante más de ruta y lo hacía de una manera que sobrepasaba lo copioso, no era la bebida preferida de mi compañera.
            Aun me encontraba a 2 horas de mi destino, tenía claro que si volvía a salir a la carretera me quedaría en medio de la nada y sin posibilidad de repostar, así que preferí esperar a que abrieran a las 6 de la mañana y luego proseguir el viaje hasta Cheste.
Después de ponerme a buen recaudo bajo el techo del aparcamiento y tomar las riendas de mi situación, decido llamar a Chus que está junto a Elena en el chalet de su hermana esperando mi llegada. En un primer momento cuando descuelga el teléfono pasa del “me estás gastando una broma” a darse cuenta de que no lo es y me pregunta “¿qué hace, si me lleva gasolina?”. Teniendo en cuenta que estoy a 2 horas de camino, que ya son las 4 de la madrugada y que a las 6 abre la gasolinera no era una solución y le digo que desista, que estoy bien pero que me tocará esperar. En medio de la conversación me pregunta que "¿porqué me rio?" Pero lejos de ser por lo entretenido de los acontecimientos, es por el intenso frio que tengo después de comprobar que el traje de agua que llevaba no era el más adecuado.
            Ahora toca esperar y estar lo más cómodo posible durante ese tiempo, así que miro a mi alrededor indagando todas las posibilidades que tengo y es cuando me doy cuenta que en el margen de la gasolinera hay una cafetería, pero lejos de significar un oasis en medio de toda aquella situación, también se encuentra cerrado ¡¡empieza bien el viaje!! Tengo algo de suerte ya que hay lo que parecen ser unos apartamentos. La entrada está techada pero a diferencia de donde me encontraba, el suelo no estaba mojado, podría tirarme en el suelo y “descansar”.

Después de estar una hora sentado en el suelo empecé a notar otra de las carencias de mi equipamiento. Caí en la cuenta de que la ropa que llevaba evitaba que perdiera calor pero no abrigaba, con lo que después de cambiarme los calcetines mojados y ponerme una camiseta en la cabeza a modo de turbante (ya que el interior del casco también estaba empapado), tuve que ponerme a dar vueltas en los escasos metros cuadrados que tenía el techo, en el cual me refugiaba de la incesante lluvia para entrar en calor nuevamente.
Durante el tiempo que permanecí allí, tan solo tuve por acompañantes a mi querida compañera que me miraba con ojos de incredulidad, un mosquito que tuve la suerte de que no se moviera en toda la noche, ya que por su tamaño invitaba más a una transfusión de sangre que a una simple picadura y a una señora que a eso de las 5:20 pasó a toda prisa bajo su paraguas sin ni tan siquiera percatarse de mi presencia.


En torno a las 5:55 de la mañana advertí que llegaba el encargado de abrir la gasolinera y quien se convertiría en mi salvador. Recogí mis cosas y empujé a mi yegua de batallas hasta el surtidor de gasolina, donde le expliqué brevemente de mi situación. Le pregunté por la cafetería y me comentó que estaba abierta todos los días de la semana menos ese y que había tenido la mala suerte de coincidir, a lo que pienso “ya me había dado cuenta…”
           Mi compañera está tan tragona que es capaz de beber 18,20 litros cuando su capacidad máxima es de 18,50 litros, lo que me hace recapacitar y darme cuenta que la decisión de quedarme fue más que acertada. Continuará.

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